De La Plaza de la Constitución al Parque Caicedo:

Aspectos culturales los barrios populares como respuesta a los cambios urbanos

En torno al siglo XIX, Algunas indagaciones llaman la atención sobre los arrabales como unos sitios de diversión popular, en las afamadas pulperías del sector[1].

Esas pulperías son interesantes porque podrían hacer parte de un circuito espacial mayor de común habitación trasegar y habitación de sectores populares, que incluía  tempranos sitios de ocio popular desde fines de la colonia, como Santa Rosa, San Nicolás y santa Librada. De hecho, según explica M. Pacheco:

Eran todos ellos, el lugar en el cual se fraguaba la red de relaciones que vinculaba a los plebeyos entre sí, y el que recogía los ya entretejidos en la iglesia, en la plaza central, en el billar, en la Gallera y en el mercado público. Su existencia era el resultado del gusto por la reunión de carácter informal y espontánea, y constituía la expresión, en el festejo que reafirmaba la identidad de grupo, la identidad comunitaria. Su importancia radica en que era el área de mayor concurrencia, no autorizada, la que además, junto al mercado, configuraban los espacios más grandes y los que brindaban mayor anonimato para las acciones.[2] 

April mencionaba:

Notablemente insuficiente la plaza ante la presión creciente del uso mercantilista del espacio, las cuatro  vías del marco se convierten en los ejes de la expansión requerida. Así, desalojando el centro señorial indiano arcaico y obsoleto, va creciendo el nuevo centro esencialmente utilitarista y consumidor. Una sociedad aristocrática donde reinaban valores atribuidos al nacimiento y las tierras cede al paso, el poder y el espacio a aquella sociedad mercantilista de los recién llegados, enriquecidos pero sin abuelos ni raíces. Hacen del pequeño barrio la Catedral el ámbito extendido y rejuvenecido de sus intereses e ideología (…) del centro fue desapareciendo el hacendado nativo con casa de balcón y una tiendita, desplazado por el mercader foráneo con hacienda (…) (sic: con la vinculación al mercado mundial) brotan negocios que van ocupando las calles adyacentes y se expanden  en diversas direcciones, principalmente hacia Santa Librada, San Nicolás, San Francisco-Santa Rosa y más que todo hacia la plaza de mercado. Se forma en los años veinte con esta expansión una especie de conurbación mercantil entre la Plaza Mayor y El Calvario[3]

Evaristo García, médico y prestante figura política de Cali (entre décadas finales del siglo XIX y primeras del XX) por demás, redactor de crónicas históricas cuyo leit motiv tiene que ver con hacer un balance de algunas de las secuelas que había traído el siglo XX para Cali, sin que ello signifique que tengamos que leerlo como un nostálgico hombre anclado en el siglo XIX. De hecho, en su balance sobre las causas del fin de las procesiones nocturnas, que para el caso nos interesan más porque muestran una articulación entre geografías en pleno ritual, incluyendo a El Vallano y su singular corpus puede leerse:

La fiesta de corpus se celebraba en la parroquia de San Pedro con pompa sagrada y mucho lujo entre los habitantes de la villa. La procesión del Santísimo recorría bajo palio las calles y plazas con descanso en los altares artísticos que los fieles construían. Era semejante a la fiesta moderna del sagrado corazón. La octava de la Parroquia de San Nicolás, llamada Fiesta del corpus del Vallano, tenía una parte profana. La negra del corpus era una muñeca colosal, dos metros de pies a cabeza, piel negra y ataviada con indumentaria de ñapanga según moda. Acompañada de pitos, flautas y tambores y multitud de muchachos, e invitaba con danzas y venias a los vecinos para que asistieran al Corpus del Vallano. Las familias del Empedrado bajaban engalanadas al paseo por la noche en vísperas de la fiesta. Las calles iluminadas con mecheros y faroles ostentaban en las esquinas altares de novedad, bajo toldas adornados con grandes espejos plantas y flores vivas. En los campanarios improvisados, adornados con musgos y frutas sonaban los esquilones y en las calles, músicas y cohetes. Las familias del Vallano, obsequiaban a sus amistades con empanadas acabadas de sacar de la cacerola, el famoso ponche batido de leche y huevos, aromatisados con polvos de canela, galletas y vinos secos generosos; y durante el día con champus bebida fresca del país apenas fermentada.[4]

Por una parte, sobre la primera se manifestó un intenso proceso de ornamentación de parte de la Sociedad de Mejoras Públicas, el cual en ocasiones tuvo propósitos tan manifiestos como la celebración del primer centenario de la Independencia. Aunque ello no es todo; Vásquez Benítez por ejemplo, vislumbra la importancia de transformaciones en las formas de socialización de las elites, muy imbuidas en el auge de los clubes y en el deseo de contar con lugares exclusivos, sobresaliendo un cosmopolitismo estético cuya manifestación más inmediata fue la paulatina constitución de clubes y boutiques alrededor de la plaza central[5].

Más allá de los carnavales decembrinos, poco a poco, la plaza central se convirtió en un parque arborizado y sitio por excelencia para los contertulios más precoces, rodeado de una pomposa serie de edificaciones que arrogaban las más elegantes sedes bancarias, boutiques y misceláneas cuyas mercancías atravesaban el Atlántico para llegar a Buenaventura y desde allí a Cali gracias al ferrocarril.  Sin duda, durante el proceso de modernización de la ciudad, el desplazamiento de los campesinos e indígenas que llegaban los domingos al mercado con todos sus productos y pequeñas tiendas (por lo menos desde el siglo XVII) favoreció el idílico sueño de estas elites por consumar una excluyente  poética del espacio que, en Cali, hizo del parque su muestra por excelencia. En definitiva, todo lo anterior permite decir, siguiendo a Vásquez Benítez que en este periodo: 

Un nuevo sensorio, unos nuevos hábitos y una nueva mirada estética (…) comienzan hacer parte de la mentalidad de las elites y, aún, de la población aldeana. La abigarrada y heterogénea actividad social, la múltiple  comunicación y la socialización abierta comienzan a abandonar  la plaza con la desaparición del día de mercado semanal y la construcción en otro sitio de una plaza de mercado que constituía un espacio unifuncional donde la gente solo iba a mercar[6].


[1] Véase: ROSA PACHECO, Margarita. Al oeste del Paraíso: la navidad de 1876 en Cali. Cali; Programa editorial universidad del Valle. 2015. p 33.

[2] PACHECO, Margarita. Al oeste del paraíso: la navidad de 1876 en Cali. Óp. cit. p 145.

[3] APRILE-GNISET. Jacques. La ciudad colombiana. Vol. 4. Óp. Cit. pp. 67-69.

[4] Relator, Cali, 13 de septiembre de 1918, p 4

[5]Ibíd.

[6]VÁSQUEZ BENÍTEZ, Édgar. Historia de Cali en el siglo 20. Óp cit.,p. 48.